martes, 26 de febrero de 2008

Una idiota

Mirá, Cortázar! Venía tratando de evitarte y lo hubiera logrado si no fuera porque acabo de descubrir lo idiota que soy, y te lo debo (entre otras cosas que también te debo y que ahora no vienen al caso), pero a juzgar por tus ideas lo mío es una tendencia inquebrantable a la reincidencia, así que aprovecho este instante de conciencia para hacerte saber que me dí cuenta, que lo lograste, que ya volveré a ser la idiota que soy cuando corresponda, que el pato puede volverse un color que no es verde, que no es azul, o puede ser melodía incantable, u oler a nardos. Pero desde hoy, siempre estarás ahí para recordarme lo idiota que soy, y sonreirme en confianza y compartir mi suerte.

Hay que ser realmente idiota para...
Hace años que me doy cuenta y no me importa, pero nunca se me ocurrió escribirlo porque la idiotez me parece un tema muy desagradable, especialmente si es el idiota quien lo expone. Puede que la palabra idiota sea demasiado rotunda, pero prefiero ponerla de entrada y calentita sobre el plato aunque los amigos la crean exagerada, en vez de emplear cualquier otra como tonto, lelo o retardado y que después los mismos amigos opinen que uno se ha quedado corto. En realidad no pasa nada grave pero ser idiota lo pone a uno completamente aparte, y aunque tiene sus cosas buenas es evidente que de a ratos hay como una nostalgia, un deseo de cruzar a la vereda de enfrente donde amigos y parientes están reunidos en una misma inteligencia y comprensión, y frotarse un poco contra ellos para sentir que no hay diferencia apreciable y que todo va benissimo. Lo triste es que todo va malissimo cuando uno es idiota, por ejemplo en el teatro, yo voy al teatro con mi mujer y algún amigo, hay un espectáculo de mimos checos o de bailarines tailandeses y es seguro que apenas empiece la función voy a encontrar que todo es una maravilla. Me divierto o me conmuevo enormemente, los diálogos o los gestos o las danzas me llegan como visiones sobrenaturales, aplaudo hasta romperme las manos y a veces me lloran los ojos o me río hasta el borde del pis, y en todo caso me alegro de vivir y de haber tenido la suerte de ir esa noche al teatro o al cine o a una exposición de cuadros, a cualquier sitio donde gentes extraordinarias están haciendo o mostrando cosas que jamás se habían imaginado antes, inventando un lugar de revelación y de encuentro, algo que lava de los momentos en que no ocurre nada más que lo que ocurre todo el tiempo.
Y así estoy deslumbrado y tan contento que cuando llega el intervalo me levanto entusiasmado y sigo aplaudiendo a los actores, y le digo a mi mujer que los mimos checos son una maravilla y que la escena en que el pescador echa el anzuelo y se ve avanzar un pez fosforecente a media altura es absolutamente inaudita. Mi mujer también se ha divertido y ha aplaudido, pero de pronto me doy cuenta (ese instante tiene algo de herida, de agujero ronco y húmedo) que su diversión y sus aplausos no han sido como los míos, y además casi siempre hay con nosotros algún amigo que también se ha divertido y ha aplaudido pero nunca como yo, y también me doy cuenta de que está diciendo con suma sensatez e inteligencia que el espectáculo es bonito y que los actores no son malos, pero que desde luego no hay gran originalidad en las ideas, sin contar que los colores de los trajes son mediocres y la puesta en escena bastante adocenada y cosas y cosas. Cuando mi mujer o mi amigo dicen eso -lo dicen amablemente, sin ninguna agresividad- yo comprendo que soy idiota, pero lo malo es que uno se ha olvidado cada vez que lo maravilla algo que pasa, de modo que la caída repentina en la idiotez le llega como al corcho que se ha pasado años en el sótano acompañando al vino de la botella y de golpe plop y un tirón y no es mas que corcho. Me gustaría defender a los mimos checos o a los bailarines tailandeses, porque me han parecido admirables y he sido tan feliz con ellos que las palabrasnteligentes y sensatas de mis amigos o de mi mujer me duelen como por debajo de las uñas, y eso que comprendo perfectamente cuánta razón tienen y cómo el espectáculo no ha de ser tan bueno como a mí me parecía (pero en realidad a mí no me parecía que fuese bueno ni malo ni nada, sencillamente estaba transportado por lo que ocurría como idiota que soy, y me bastaba para salirme y andar por ahí donde me gusta andar cada vez que puedo, y puedo tan poco). Y jamás se me ocurriría discutir con mi mujer o con mis amigos porque sé que tienen razón y que en realidad han hechomuy bien en no dejarse ganar por el entusiasmo, puesto que los placeres de la inteligencia y la sensibilidad deben nacer de un juicio ponderado y sobre todo de una actitud comparativa, basarse como dijo Epicteto en lo que ya se conoce para juzgar lo que se acaba de conocer, pues eso y no otra cosa es la cultura y la sofrosine. De ninguna manera pretendo discutir con ellos y a lo sumo me limito a alejarme unos metros para no escuchar el resto de las comparaciones y los juicios, mientras trato de retener todavía las últimas imágenes del pez fosforecente que flotaba en mitad del escenario, aunque ahora mi recuerdo se ve inevitablemente modificado por las críticas inteligentísimas que acabo de escuchar y no me queda más remedio que admitir la mediocridad de lo que he visto y que sólo me ha entusiasmado porque acepto cualquier cosa que tenga colores y formas un poco diferentes. Recaigo en la conciencia de que soy idiota, de que cualquier cosa basta para alegrarme de la cuadriculada vida, yentonces el recuerdo de lo que he amado y gozado esa noche se enturbia y se vuelve cómplice, la obra de otros idiotas que han estado pescando o bailando mal, con trajes y coreografías mediocres, y casi es un consuelo pero un consuelo siniestro el que seamos tantos los idiotas que esa noche se han dado cita en esa sala para bailar y pescar y aplaudir. Lo peor es que a los dos días abro el diario y leo la crítica del espectáculo, y la crítica coincide casi siempre y hasta con las mismas palabras cono que tan sensata e inteligentemente han visto y dicho mi mujer o mis amigos. Ahora estoy seguro de que no ser idiota es una de las cosas más importantes para la vida de un hombre, hasta que poco a poco me vaya olvidando, porque lo peor es que al final me olvido, por ejemplo acabo de ver un pato que nadaba en uno de los lagos del Bois de Boulogne, y era de una hermosura tan maravillosa que no pude menos que ponerme en cuclillas junto al lago y quedarme no sé cuánto tiempo mirando su hermosura, la alegría petulante de sus ojos, esa doble línea delicada que corta su pecho en el agua del lago y que se va abriendo hasta perderseen la distancia. Mi entusiasmo no nace solamente del pato, es algo que el pato cuaja de golpe, porque a veces puede ser una hoja seca que se balancea en el borde de un banco, o una grúa anaranjada, enormísima y delicada contra el cielo azul de la tarde, o el olor de un vagón de tren cuando uno entra y se tiene un billete para un viaje de tantas horas y todo va a ir sucediendo prodigiosamente, el sándwich de jamón, los botones para encender o apagar la luz (una blanca y otra violeta), la ventilación regulable, todo eso me parece tan hermoso y casi tan imposible que tenerlo ahí a mi alcance me llena de una especie de sauce interior, de una verde lluvia de delicia que no debería terminar más. Pero muchos me han dicho que mi entusiasmo es una prueba de inmadurez (quieren decir que soy idiota, pero eligen las palabras) y que no es posible entusiasmarse así por una tela de araña que brilla al sol, puesto que si uno incurre en semejantes excesos por una tela de araña llena de rocío, ¿qué va a dejar para la noche en que den King Lear? A mí eso me sorprende un poco, porque en realidad el entusiasmo no es una cosa que se gaste cuando uno es realmente idiota, se gasta cuando uno es inteligente y tiene sentido de los valores y de la historicidad de las cosas, y por eso aunque yo corra de un lado a otro del Bois de Boulogne para ver mejor el pato, eso no me impedirá esamisma noche dar enormes saltos de entusiasmo si me gusta como canta Fischer Dieskau. Ahora que lo pienso la idiotez debe ser eso: poder entusiasmarse todo el tiempo por cualquier cosa que a uno le guste, sin que un dibujito en una pared tenga que verse menoscabado por el recuerdo de los frescos de Giotto en Padua. La idiotez debe ser una especie de presencia y recomienzo constante: ahora me gusta esta piedrita amarilla, ahora me gusta "L'année dernière à Marienbad", ahora me gustas tú, ratita, ahora me gusta esa increíble locomotora bufando en la Gare de Lyon, ahora me gusta ese cartel arrancado y sucio. Ahora me gusta, me gusta tanto, ahora soy yo, reincidentemente yo, el idiota perfecto en su idiotez que no sabe que es idiota y goza perdido en su goce, hasta que la primera frase inteligente lo devuelva a la conciencia de su idiotez y lo haga buscar presuroso un cigarrillo con manos torpes, mirando al suelo, comprendiendo y a veces aceptando porque también un idiota tiene que vivir, claro que hasta otro pato u otro cartel, y así siempre.
Creo que fue en el libro "La vuelta al día en ochenta mundos" en el que Cortázar publicó este texto.

martes, 19 de febrero de 2008

Bungy Jumping

Con esa sensación vieja de que definitivamente la cabeza me está por estallar, y a pesar de que quizá sea cierto que simplemente debía haber salido aunque más no sea un rato a correr a la plaza y transpirar, y después volver y ducharme y sentirme mejor; asumo que, no preciso tanto correr como gritar, gritar con mucha fuerza.
Y ahora, rodeada, no puedo avanzar en esta búsqueda de razones que le den la razón a mi búsqueda.
Basta.
Estoy cansada de mi manera de escribir, repitiendo siempre las mismas cosas (me sonó mentalmente a Soda Stereo, ¿será efecto del regreso?).
En fin, y acá voy... blanquéandome de una vez para no entristecer.
Se me termina la carrera, y siento una sensación que jamás sentí. El escenario es un atardecer que amaga la más oscura de las noches y una soga me tironea desde el cielo en la ribera de un mar plata que recorta la sombra de una kilométrica plataforma en la que se alza la estructura de un bungy jumping. Y nunca termino de subir y el problema es que cada centímetro que subo tendré que bajarlo y me asusta. ¡Pero el paisaje es tan hermoso! Casi no quisiera pensar en eso, y entonces sólo disfrutar de dejarme subir. Sin embargo no puedo, no sé si es el arnés que me deja sin respiración o la certeza de que al final viene la caída.
Indeclinable.
Rêve intense et rapide de
groupes sentimentaux
avec des êtres de tous les
caractères parmi
toutes les apparences.
(Rimbaud)

domingo, 3 de febrero de 2008

Papel Film

¿De dónde saqué que no es cierto que cuando tocamos algo realmente lo toquemos? Suena lógico.
Hay aire entre mi sentido del tacto y la materia de lo que toco, y ese aire dividido al infinito sigue siendo "algo" que no me dejaría llegar nunca del todo.Y sin embargo... No como quién dice "he caminado" y entonces quién le discute, pero yo toqué.
La imagen incluyente de siempre me hace acordar de Silvio Rodríguez "tocando fondo/como ir cantando"... No es el mejor verso de esa canción para mi, la obviedad lleva a que me refleje en otra estrofa "me publico completo/me detesto probable", y descubro lo desmoralizador que resulta que un tipo tan libre comparta conmigo la esclavitud de lo probable. Con la dignidad habitando el publicarse, sólo los indignos se volverían hermosos.
Y no es que la cuestión del tacto se me ovide, es cuestión seria y no debe ser subestimada; porque le creo a la ciencia pero juro que toqué y cómo lo resuelvo ¿o es ella o soy yo?, autochicanearme a esta altura con eso de que mi percepción puede no ser estricamente lo que ocurre está fuera de debate.
Tengo una plantita nueva -la única que me compré en la vida- su nombre "científico" es mimosa púdica, si la toco se cierra instantáneamente como si dentro de su corazoncito verde cupiera la vergüenza (aclaro: la conjugación del verbo caber es tan correcta como espantosa), y ¿qué me van a decir? ¿qué la plantita me ve llegar y se cierra? ¿que me huele? ¿que me presiente? No señores, mi plantita, que no tiene ni idea de cuáles son los sentidos, que no tiene ni ojos, ni naríz... que no sabe lo que es tocar, puede sentir que la toco.
Nueva imágen incluyente: la película ET y no me acuerdo que agonía de papel film y teléfono mi casa. Porque algo así sería un mundo impenetrable del todo, un gran circo de personas solitarias rodeadas de montones de kilos de papel film.

sábado, 2 de febrero de 2008

Abriendo las puertas de los infinitos cuartos

Digo, para arrancar podría copiar algún texto con el que me identifique (o quiera que los demás me identifiquen, que a esta altura es casi lo mismo) o agregar algún chiste de Liniers, o copiar la letra de una canción de esas que ridiculizan hasta al más avispado de mis intentos poéticos... pero de pronto: la imagen.
Un espejo frente a otro, tête à tête, y la imagen incluyente repetida al infinito. ¿Para qué negarlo? me dió temor. ¿Acaso no es eso mismo este espacio respecto de todos los demás? Un espejo adentro de otro, una infinita repetición de textos que ya fueron repetidos y lo serán en el futuro... qué triste !!
"Abriendo las puertas de los infinitos cuartos" decía Cortázar de Juan en "62 Modelo para armar"... esto será mi rincón en la web: un cuarto.